De dónde proviene el arte de vender algo que el precio se lo termina poniendo el comprador
Existen productos que tienen un valor común. Ir a un supermercado, shopping, o local comercial para encontrarte con lo que deseas, hasta con una mínima investigación vía internet, nos puede dar la idea de lo necesitamos y a qué precio se encuentra. Este es el panorama normal al que estamos acostumbrados y que sin dudas, es el que más cómodo nos queda ya que tenemos cierta seguridad sobre lo que estamos llevando.
Sin embargo, a veces, no sabemos cuál es el costo de un determinado artículo. Para conocerlo, podemos recurrir a la magia de las subastas. Si éste es muy viejo, o tiene encima emociones, historias o es relevante, no solo puede que suba su precio con respecto a otro similar, sino que además, puede valer algo para una persona y más o menos dinero para otra. ¿Es lo mismo una remera que usó Diego Maradona en un partido de fútbol a una que usó Mick Jagger en un recital? ¿Quién dice cuál vale más? ¿Y si encima un gol de Maradona te recuerda a un abrazo con un ser querido que ya no está, o Mick Jagger a un recital vivido? Sin dudas, si bien en las subastas hay una base, el precio final lo pone cada comprador de acuerdo a todo lo antes mencionado, y eso es lo que en definitiva genera el atractivo de la metodología.
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La magia de las subastas reside justamente en ponerle valor a algo que a priori no lo tenía. Es jugar con las sensaciones, los sentimientos, todo lo que rodea al artículo en sí y que lo hace único e inigualable. Es en definitiva, conseguir la satisfacción de todas las partes, al conectar al vendedor con el comprador en un precio justo.
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